Rafael Repiso, Universidad de Málaga, Editor Jefe de Revista Panamericana de Comunicación
La calidad de una revista científica. Reflexión personal
El armario de mi abuelo era exiguo, si lo comparamos con lo que tenemos hoy, pero las camisas, jerseys y pantalones que contenían eran de calidad y le ajustaban a la perfección, en gran parte, gracias a las habilidades de mi abuela, que era modista. Durante años fue contable en una fábrica de zapatos y también comercial de materiales del sector. Su ropa, aunque reducida en cantidad era de calidad, sus zapatos lucían siempre nuevos y eran perfectamente remendables. Recuerdo cómo criticaba nuestra ropa, venía de un mundo donde la mayoría de productos eran manufactura local y no creía en el aval de las marcas. Tanto mi abuelo como mi abuela repasaban con detalle la calidad de los materiales, la complejidad del trabajo, los detalles propios y únicos e incluso los textiles. En las zapaterías él olía la piel, la rascaba en su interior, flexionaba las suelas, repasaba las distintas formas en que las suelas y las tapas iban unidas a la piel. Lo mismo hacía mi abuela con la ropa que nos comprábamos y después nos arreglaba, a la que no hacía más que sacarle defectos.
Sospecho que, en estos tiempos donde las revistas científicas han perdido prestigio y los indicadores de impacto se devalúan como viejas monedas de níquel, debemos dar un paso atrás y volver a ser críticos, desconfiados y evaluarlo todo al detalle, al igual que mi abuelo en una zapatería. Críticos con los sistemas que miden la calidad de las revistas basándose únicamente en criterios formales expuestos en páginas web sin profundidad, esas plataformas que miden superficialmente el “cumplimiento” de parámetros preestablecidos. Debemos desconfiar y huir del “halo” de excelencia que algunas editoriales y bases de datos ostentan, como si fueran sastres artesanos de Savile Row, cuando en realidad están tercerizando todo o parte del trabajo a países situados en la periferia de la ciencia, desde el editorial hasta el intelectual. Como ejemplo, algunas de estas revistas, en un alarde de ciencia abierta se atreven a compartir las revisiones de los trabajos publicados y lo que vemos es que son hechas por “impares” académicos, con poca profundidad, probablemente con el fin de acumular descuentos en el APC de la editorial.
Es natural que, si las grandes editoriales, al igual que las firmas textiles de renombre, abaratan costes bajando la calidad de sus procesos y ejecutando procesos en la periferia científica, eventualmente emerjan editoriales de estos países que inunden el mercado con productos que parecen ser genuinos, pero no lo son. Las grandes cifras del negocio textil global no están en hacer las mejores prendas, el negocio textil está en vestir al mayor número de personas de la manera que sea, y las editoriales científicas parecen haber descubierto una fórmula parecida. El negocio es publicar (y cobrar) no la mejor ciencia, sino toda la ciencia, la buena, la mediocre y la mala, y darle apariencia de calidad a todo. Se podría decir que la mala ciencia no es ciencia, ahí está el origen de la crisis del sistema científico mundial, y de la utilidad actual de las métricas, los trabajos malos y sus citas cuentan…
Las grandes bases de datos de revistas, lideradas por Web of Science y Scopus, han puesto en la balanza la cantidad frente a la calidad, con el objetivo de acaparar a una academia cada vez mayor. Las revistas depredadoras han cruzado sus murallas y se han convertido en mega-depredadoras, produciendo cifras que superan por mucho lo que entendemos por una revista científica normal. Incluso muchas editoriales clásicas han entrado en este juego, lanzando sus propios megajournals alimentados por el APC. Es como si las bibliotecas, en su afán por tener más libros, empezaran a llenarse de folletos y panfletos, sacrificando la sabiduría por el volumen.
Hace quince años, si alguien me preguntaba qué era una revista de calidad, simplificaba mi responsabilidad y respondía firmemente: las indexadas en las bases de datos de Science, Social Science y Arts & Humanities Citation Index. Hoy puedo afirmar que, aunque en Web of Science y Scopus se encuentran las mejores revistas del mundo, también albergan una peligrosa muestra de las peores, y no me refiero únicamente a la calidad, sino a la esencia misma del conocimiento que deberían preservar.
Por ello, al hablar de calidad de revista, creo que es momento de repensar, de volver a los orígenes, de no dar por buena una revista solo por estar en ciertas base de datos, pertenecer a determinada editorial o tener métricas destacadas. Al investigador le toca investigar los aspectos fundamentales de los medios donde quiere publicar. Es evidente que una revista es de calidad porque publica trabajos de calidad. Por tanto, lo primero que uno debe preguntarse es: ¿Son de calidad los trabajos que publica esa revista? Por ejemplo, intentar publicar en las revistas que leo habitualmente y que utilizo para construir mis investigaciones; obviamente, descarto aquellas que considero mediocres. Esta idea de publicar en las revistas que uno lee es un antiguo consejo que nos daba Evaristo Jiménez en sus lecciones. El equipo de la revista, especialmente el editor, ¿es un investigador reputado? ¿Hasta qué punto? ¿Tan reputado como para decidir si mis trabajos son buenos o malos y que yo acepte su autoridad?
Este asunto podemos plantearlo al revés: No publicar en revistas donde los mediocres publican sus mediocres trabajos y están en la toma de decisiones. La reputación de un proyecto editorial como una revista se basa en la reputación de sus miembros, y la de ellos en sus hechos y la calidad de estos. Además, las revistas son medios que parten de una comunidad que es la audiencia natural de nuestros trabajos, ¿están las revistas incardinadas en estas comunidades? La trayectoria de una revista es importante, pero se puede ver truncada con un cambio de equipo y de políticas científicas, como el que sucede después de una compra-venta.
Debo decir que, personalmente y cada vez más, los aspectos formales, aunque importantes, se están convirtiendo en algo secundario para mí. La profesionalización editorial es fundamental, pero las grandes depredadoras son profesionales al extremo: tienen las mejores plataformas, los tiempos de publicación más rápidos, todo el brillo superficial que podría engañar a los incautos. Pero la ciencia se trata de hechos, no de imágenes; de ética, no de estética. Por supuesto, si lo bueno viene acompañado de lo bello y lo rápido, mejor, pero la calidad formal es un engaño absoluto y peligroso en la cuestión que nos interesa si no está precedida por la calidad de los contenidos. Y esto solo se garantiza con un buen equipo editorial que sepa hacer una selección inicial y con revisores externos, expertos en el tema y por supuesto con un compromiso por la integridad.
En conclusión, al igual que mi abuelo no se dejaba deslumbrar por el brillo pasajero, la novedad o el precio de unos zapatos mal hechos, hoy día no debemos dejarnos seducir por las apariencias lustrosas de ciertas revistas científicas o sus aparentes posicionamientos en bases de datos. Es momento de afinar nuestro olfato crítico, de rascar bajo la superficie y de flexionar las suelas del conocimiento para comprobar su auténtica resistencia. No podemos ser tan simples de despreciar lo nacional deslumbrados por lo internacional. Hace tiempo las revistas eran juzgadas por los artículos que publicaban; hoy, en cambio, los artículos son juzgados por las revistas donde se publican. Al final del día, más importante aún, al final de la carrera académica, la verdadera calidad siempre residirá en la sustancia y no en los envoltorios. Las revistas pasarán, mejorarán o empeorarán, pero nuestras aportaciones, si es que son significativas, prevalecerán.
Javier W. Ibáñez Jiménez, Director del Observatorio de Transformación Digital CMS Comillas, España
Concuerdo absolutamente con cada una de las atinadas y procedentes observaciones de mi colega y docente malagueño, en cuanto a la identificación, naturaleza y alcance de un problema que, en titular, describiríase como inversión axiológica y perversión económica del valor de las revistas.
Abordar su solución es labor hercúlea, considerando al menos tres factores:
uno, la dispersión y deslocalización escolástica;
otro, el inasequible coste de controlar (con evaluadores adecuados) y gestionar (con supervisores idóneos y universalmente aceptados) un conocimiento globalizado y transdisciplinar; y un tercero, la extrema dificultad jurídica (asumo que moralmente es imposible) de disuadir a los depredadores.
Sin duda se precisa una inversión en evaluadores/supervisores de revistas proporcional a la de los depredadores sistémicos. Inversión diseñada para generar un cuerpo global de evaluadores de prestigio transfronterizo indubitado. Evaluadores de evaluadores. La implementación de este sistemas es procedimentalmente laboriosa; requiere alta dedicación y recursos suficientes.
María-Isabel de Páiz, Ediciones Universidad de Salamanca
Entre las habilidades de mi abuela estaba el dar la vuelta a los cuellos y puños de las camisas de mi abuelo. Se les podía dar la vuelta y servir de primera puesta, porque estaban hechas de magnífico algodón, tenían calidad.
En Ediciones Universidad de Salamanca publicamos decenas de revistas. En estos últimos meses un equipo de jóvenes titulares está trabajando duro por recuperar Studia Botanica. Han venido a asesorarse con nosotros, editores técnicos, no para “cumplir”, sino porque con la Ciencia Abierta, con la nuevos índices e indicios de calidad que se están impulsando, desde que el sistema ha entrado en una crisis generalizada, los investigadores jóvenes que hacen buena ciencia quieren cambiar las cosas y publicar trabajos de calidad sin que haya que pagar, sin deslumbramiento por lo internacional, sin despreciar nada.
Debemos dar un paso atrás no solo –como bien dice aquí el Dr. Repiso– para “volver a ser críticos… y evaluarlo todo al detalle”, sino también para ofrecer oportunidades a una nueva Academia, que viene fuerte, que quiere cambiar las cosas, que huye del “halo”.
Los editores –pienso– también debemos dejar que se nos caiga la venda de los ojos, trabajando en pro de lo que reivindicamos, y hacer con nuestras revistas una travesía del desierto. Yo, lo confieso, me dejo llevar a veces por ese “cumplimiento de parámetros preestablecidos”; se me cuelan esas malas viejas formas, evito el desierto.